Os dejamos el artículo que publicamos hace unos meses en Qualia Connect
Cuando un ser querido muere se produce en nosotros un malestar que podrá ser más o menos grande y durar más o menos tiempo dependiendo de los lazos afectivos que tuviéramos con él, esto es, tiempo compartido o calidad de la relación. No es lo mismo que muera un familiar con el que prácticamente no teníamos relación a uno con el que mantenemos una relación casi diaria o no es lo mismo que nos lleváramos muy bien o mal o que fuera una relación neutral. Por otra parte, influirá la historia de duelos anteriores ya que haber pasado por un duelo patológico no tratado puede aumentar el riesgo de padecer problemas en el duelo actual. Otro aspecto importante es el nivel de apoyo familiar, de amistades que tenga la persona en este momento. Por último las circunstancias en que se ha dado la muerte también influyen en la manera de afrontarla e interpretarla y el impacto posterior que puedan originar, por ejemplo: muertes imprevistas, traumáticas o tras una larga enfermedad, muerte de un hijo o de un anciano.
El duelo se define como «proceso de tristeza por la pérdida de un ser querido». Aunque desde siempre se ha relacionado el duelo con la muerte actualmente se asocia el duelo también con otro tipo de pérdidas: separaciones, pérdida de trabajo, etc.
El proceso de duelo es la forma en la que la persona se va a adaptar a dicha pérdida y al cambio que esta conlleva.
El duelo es una reacción normal ante una pérdida, por su complejidad se experimenta de formas variadas dependiendo de los factores anteriormente señalados.
Las manifestaciones del duelo implican respuestas fisiológicas, cognitivas, emocionales y conductuales. Las manifestaciones fisiológicas ocasionan que muchas personas vayan al médico porque piensan que algo no va bien en su organismo. La respuestas conductuales son las más evidentes. La presencia de respuestas emocionales exageradas nos indica en algunos casos que tras ellas hay pensamientos de los que no somos totalmente conscientes y sobre los que habrá que trabajar.
A nivel fisiológico es normal tener las siguientes sensaciones: cansancio, vacío en el estómago, opresión en el pecho, sequedad en la boca, sensación de despersonalización…
A nivel emocional la tristeza es la emoción más frecuente en las personas que están atravesando un duelo. La tristeza no implica llorar y de hecho hay personas que sienten mucho la pérdida pero no son capaces de llorar y poder desahogarse.
En ocasiones se experimenta enfado cuyo origen es la frustración e impotencia por no poder haber hecho nada para evitarlo. Se puede experimentar enfado hacia el fallecido, relacionado con la idea de que se ha muerto y nos ha dejado solos. También se puede dar lo que se conoce como desplazamiento: dirigir el enfado hacia otra persona y culparla de la muerte. Si el enfado lo dirigimos hacia nosotros mismos podría dar lugar a un duelo complicado y aumentar el riesgo de suicidio.
El sentimiento de culpa también puede aparecer debido a alguna discusión o desavenencia antes de la muerte o por descuidar a la persona en los momentos anteriores a la misma.
Otros sentimientos pueden ser la ansiedad por tener que asumir responsabilidades que hasta ahora no se ejercían y la apatía, no sentir placer por cosas que antes nos lo proporcionaban.
Todas estas emociones son normales en la primeras fases del duelo, lo que nos haría presagiar un duelo complicado sería una duración e intensidad excesiva de estos síntomas.
A nivel cognitivo es normal que se produzca incredulidad sobre todo en los primeros momentos, confusión, dificultad para atender, concentrarse o pérdida de memoria y preocupación.
A nivel conductual además del llanto se pueden manifestar trastornos del sueño: dificultad para conciliar el sueño, despertares nocturnos, pesadillas; trastornos alimentarios como pérdida de apetito; aislamiento social o hiperactividad.
Si tras unos meses no se produce un proceso de adaptación a la nueva situación sería recomendable acudir a un Psicólogo ya que podemos encontrarnos con que la persona está desarrollando un duelo patológico.