En estos tiempos de crisis hablar de felicidad puede parecer una utopía.
Cuando las noticias que nos invaden son tan negativas que parece que vamos directos al desastre, cuando vemos que todo a nuestro alrededor se derrumba a nuestros pies, cuando la negatividad invade nuestra vida y no encontramos la salida, en ese mismo momento, debería encenderse una alarma en lo alto de nuestra cabeza que nos hiciera parar en seco y preguntarnos ¿qué me está pasando?…
Los problemas están ahí, son reales, el mundo ideal no existe, la injusticia está a la orden del día. Hay cosas que simplemente no podemos controlar, porque no está en nuestra mano. Es muy difícil aceptar que no podemos hacer nada ante determinadas circunstancias como quedarse en el paro, padecer una enfermedad, etc. Muchas personas en estas situaciones se quedan paralizadas, no pueden entender que las cosas son así y no hay vuelta a atrás. Solo les queda el recurso del pataleo y la queja pero esto no sirve absolutamente para nada más que para hundirse en un pozo del que es difícil salir.
El primer paso es que se encienda la alarma, pero esta herramienta o viene de serie en la persona o hay que instalarla en su cabeza con ayuda de un profesional (es broma, una imagen). La propia persona no se da cuenta de que sus pensamientos le están hundiendo (como una gota que cae de manera intermitente pero constante provocando un socavón en el suelo). En este caso será necesaria la colaboración de un familiar o amigo que le haga ver a la persona que así no puede seguir y que necesita ayuda. Dirán los amigos o familiares que esto es muy difícil, no tanto, lo que pasa es que hay unas fórmulas más efectivas que otras. Para unas personas bastará con pedirles cita para el profesional, para otras servirá «obligarlo» de manera tajante, para otras convencerlo. La fórmula que consigue éxito seguro es disponer las cosas para que sea la propia persona la que se de cuenta de que así no puede seguir. Si no hay consciencia de que tiene un problema difícilmente va a seguir un tratamiento en el que debe ser parte activa.
La aceptación no implica motivación, esto quiere decir que una cosa es que sea consciente de mi problema y otra que haga determinados cambios para solucionarlo. La aceptación ayuda muchísimo porque conocemos por qué nos ocurre lo que nos ocurre pero no es suficiente. Esto lo he visto muchas veces en la consulta, la persona reconoce lo que le está pasando, lo comprende pero cuesta mucho esfuerzo cambiar. El profesional tiene en este momento un papel fundamental el de motivar y reforzar los logros que poco a poco se van consiguiendo, establecer pequeños objetivos que nos lleven a los objetivos más complicados (como cuando subimos una escalera muy larga, escalón a escalón y sabemos que en casa nos espera nuestra comida preferida. Es mejor subir de uno en uno que no subir más, tropezar y caernos). De esta manera la persona va sintiendo cada vez más confianza en sus posibilidades lo que mejora su rendimiento. Es un círculo a mayor confianza en uno mismo mayor efectividad en la resolución de sus problemas.
Volviendo a lo de antes no podemos cambiar las circunstancias pero si nuestra manera de afrontarlas.
En la situación actual nos vemos inmersos en una espiral de negatividad, estamos focalizados en lo negativo, atendemos a lo malo sin darnos cuenta de que a nuestro alrededor pasan cosas positivas. Tenemos que ponernos las «gafas detectoras» del positivismo para afrontar con otra actitud la realidad. Ya se que cuesta mucho pero vale la pena intentarlo.
Para acabar dejaros un diálogo de la película «En busca de la felicidad» sobre el poder que tienen las personas.
«Nunca dejes que nadie te diga que no puedes hacer algo, ni siquiera yo. Si tienes un sueño, ve a por él, la gente que no lo consiguió te dirá que no lo lograrás, pero si tienes un sueño, persíguelo y punto. ¿Sabes?, la gente que no logra conseguir sus sueños suele decirles a los demás que tampoco cumplirán los suyos».